
Si leíste mi entrada de blog anterior sabrás que ya me encuentro, de nuevo, viviendo en la Ciudad de México. Y quería pasar por aquí para contarte cómo lo estoy viviendo emocionalmente. Te quiero contar básicamente sobre las gafas de colores con las que he visto mi vida en las últimas semanas (eso son las emociones).
Volver a conectar con mis amaneceres maravillosos detrás de los volcanes, mi apartamento, la energía de la ciudad, los paseos y las comidas con mis amigos… estoy un poco como Carrie Bradshaw o mi Tru (Sol Aguirre) en New York City, pero en una versión más de tacos y mezcal. Muchas gafas emocionales color amarillo.
Ya se quedó atrás la sensación de fracaso por volver y ahora persiste la sensación de satisfacción por la decisión tomada.
Algo curioso que sí he notado es mi velocidad, mi ritmo. La rapidez, la impaciencia a que me entreguen las cosas, quiero mi casa lista y perfecta para ya, mi forma de hablar más acelerada, más comidas y cenas con amigos … ruido y más ruido (mis gafas emocionales se tornan naranja intenso).
Duermo menos. Me despierto y ya estoy pensando en lo que te voy a contar con el amanecer, las mil cosas que quiero hacer hoy… hacer, hacer, hacer.
Es algo que he sentido en las últimas meditaciones. Me siento y los pensamientos hacen fila urgidos por darme la información. Me los imagino todos nerviosos esperando a capturar mi atención.
Esta vez quieren correr más que antes. Están más ansiosos y me dicen que me traen información importantísima para mi vida (por ejemplo que no he comprado los tomates cherry para la ensalada o que no he subido cierta información a la web).
Esta vuelta a la grande y ruidosa ciudad también me genera aceleramiento que yo quiero bajar y reducir. Sé que si no lo paro empezaré a cansarme y a agotarme antes de tiempo, llenaré compulsivamente mi agenda hasta que comience a sentir distrés (estrés pero del negativo), enfado conmigo y con los demás (parece que es culpa de mi entorno que tenga una vida tan estresada y rápida, pero no lo es), comeré con rapidez, mucha cantidad y con ansiedad… y poco a poco me olvidaré de mí, de mi necesidad de silencio en medio del caos, de mi mirada hacia el interior y de meter momentos de calma, paz y soledad en mi agenda. Las gafas emocionales se tornarán grises, tirando a negras.
¿Te ha pasado? A mí demasiadas veces.
Por eso es tan importante detectarnos durante la meditación. Indaga, especialmente cuando haya cambios en tu vida, ¿cómo me siento?, ¿qué me muestran los pensamientos, emociones y sensaciones corporales que siento?
Ya lo he detectado, así que estoy tomando cartas en el asunto. He empezado a distanciar reuniones con amigos. Comidas y cenas no fueran en el ruido, sino en casa. Uno a uno para poder poner atención a lo que mi amig@ me quiere contar. Solo existimos nosotros en ese momento.
Hoy he tenido una meditación mucho más calmada. Los pensamientos siguen en fila pero ahora esperan su turno en una silla sentados. Sin prisa. Cuando se va el de delante, incluso, dejan un tiempo antes de entrar… me dan permiso para que haya silencio en mi mente y yo se los agradezco mucho.
Ahora escribo este texto más despacio. Puedo sentir las palabras salir de mí y transferirse a mis dedos para que la tecleen. Así sí. Así es el regalo de vivir en el PRESENTE.
¿Cómo te sientes tú ahora?
Cierra los ojos e indaga de forma amorosa y compasiva para volver a tu ritmo auténtico del presente consciente de, como me gusta llamarlo, calma activa.
Nos vemos en el siguiente amanecer.
Te abrazo.

A lo mejor has visto mis amaneceres desde la CDMX… así era el de hoy. ¿Ves los volcanes al fondo? Uno de ellos, el Popocatépetl, incluso con su fumarola.